Textos, escritos y comentarios

Tetxos, escritos y comentarios pretende poner a disposición del público, una serie de artículos de psicoanálisis, pequeños escritos, comentarios políticos. Algunos ya han sido previamente publicados (en ese caso el artículo en cuestión tendrá un formato ad hoc), otros no encontraron su pasaje al público, y otros fueron divulgados entre algunos lectores y amigos. Aliento a que si alguno de los textos encuentra un lector interesado en dialogar con él ,lo haga sin reservas.

domingo, octubre 29, 2006

LA PUERTA DE LA EQUIVOCACION


LA PUERTA DE LA EQUIVOCACION
(puesta en la web por "Psyche navegante", Octubre, 2005)


Breve ensayo acerca de la figura del sujeto supuesto saber.



“El sujeto supuesto saber no es todo el mundo ni nadie (personne), no es todo sujeto pero tampoco un sujeto nombrable; es algún sujeto. Es el visitante de la noche o mejor , él es de la naturaleza del signo trazado por la mano de un ángel sobre la puerta, más seguro de existir por no ser ontológico y por venir de no se sabe donde.” Con estas palabras, Jacques Lacan , el 15 de abril de 1980 concluía la sesión de su seminario , “Dissolution”, en pleno momento de la disolución de la Ecole Freudienne de Paris. En este contexto , él señalaba alguno de los malos entendidos que se habían puesto en el tapete: se identificaba a Lacan con la escuela. Advertía una suerte de petrificación, de fraude (fraude, casi Freud) resultado de un cambio del engaño soportado por el sujeto supuesto saber, y del cual, decía Lacan, ya no se puede volver. ¿Habrá sido acaso eficaz ese acto realizado por Lacan para “desidentificar”?

La experiencia analítica a partir de cierto momento localizado en el tiempo , se vio afectada por el lugar prominente dado a la función del engaño soportada por la figura del sujeto supuesto saber. Esa aparición nombrada como tal se produjo justamente luego de la exclusión de Lacan de la IPA. En 1964 para ser mas precisos. Es desde ese ambiente que levantamos esta cita que es muy posterior, la cual refiere al lugar del sujeto supuesto saber como crucial pivote del motor mismo de la práctica del análisis: la transferencia. ¿De que manera es que ella se pliega al engaño si la consideramos como directamente deudora de la certidumbre, su término antitético? ¿Quién puede sentirse plenamente investido por ese sujeto supuesto saber? Cada vez que esta función puede ser encarnada para cada sujeto, en alguien, quienquiera que sea, analista o no, resulta que la transferencia está fundada. Sin entrar en desarrollar in extenso esta formulación que Lacan inventó, vale la pena recordar que , es en el hecho de aceptar o no una suposición de saber que se abre, se cierra o se deriva (evita), aquello que los psicoanalistas denominamos transferencia. Una vez abierta, entre analista y analizante ( por el momento no tenemos mejor forma de nombrarlos), está excluida cualquier clase de estrategia, de acuerdo mas o menos explícito entre ambos participantes – practicantes. Cada uno espera algo del otro pero no se sabe de antemano qué ni cómo, sobre todo por el hecho de que resulta altamente inconveniente que haya un tercero ocupado por una persona, una institución, un ente cualquiera corporizado. Lacan en su momento llamaba con la palabra méprise , es decir “equivocación”, al único asidero (prise) de una relación que se establece entre dos, que de alguna manera se presenta como uno (un sujeto en cuestión: no hay intersubjetividad) y que refracta en una multiplicidad.

Entonces, ¿ cómo es que el psicoanalista , el nombre de una función, es tomada y se presta tan fácil a ser considerado por lo social ,como una profesión, un trabajo, un especialista incluso en vaya a saber qué acerca del sexo, la psiquis, el carácter, los síntomas, las fantasías? Ese modo de presentación pública, una caricatura , un estereotipo, un dibujo, una representación incluso, nos invita a contrastarla con la experiencia misma de una relación analítica, la cual, abierta al público (esa licencia solo es posible realizarla en el campo de la ficción) pareciera que nos da una pequeña lección acerca de lo paradojal que resulta la producción de un analista. Volviendo al párrafo en cuestión con el cual abrimos este ensayo, ese “alguien”, ese “visitante de la noche”, ese carácter de signo escrito en la puerta, que no sabemos de donde viene, requiere mínimamente ser alcanzado por algo que sea del orden de un ejemplo. No en el sentido de un modelo a imitar sino al contrario, como una ocasión en la cual la subjetividad de pruebas de esa función y de su incalculado alcance.

El cine nos ofrece ese ejemplo. Un film, “Confidencias muy íntimas” (Confidences très intimes) de Patrice Leconte (2004) resultó ser un verdadero hallazgo. Pocas veces se encuentra tan sutilmente expuesto y verosiblemente presentado , algo de lo que se trata un análisis. Todo parte justamente de y por una equivocación. Una mujer (Anne) llega a un edificio y pregunta a la portera por el apartamento del Dr. Monnier. Ella le dice: “ 6º piso, 2ª puerta a la derecha”. Anne se encamina en esa dirección y al tocar el timbre le abren. Ella indica su cita. En ese preciso momento se ha abierto la puerta de la equivocación. Sin que ella lo sepa, entra y se acomoda frente a un sujeto que un tanto perplejo por la situación, y sin poder aclarar las cosas, escucha atentamente a Anne, en sus primeros balbuceos acerca de lo que la llevó allí. Una serie de signos en el lugar ayudan a esta equivocación. Un diván, una tapa de revista en el escritorio en la que se lee “Analyse”. ¿Se va a ocupar ese compuesto y atildado contador público, William para nosotros, de ese pedido? Y su silencio, su cara de perplejidad lo dicen todo. Ella es quien entonces quien le propone la siguiente sesión (seance) , la próxima semana, a la misma hora.

William va en busca de ayuda. Y su ex mujer le dice que él debe decirle la verdad (a Anne, se entiende) de quién es él. ¿Era solamente a Anne? ¿Quién es él? Es más, que deje de hacerse pasar por un “psi”. Y es así que durante la segunda sesión él intenta ser claro, y a ella, ni le preocupa que él no sea doctor, eso no es importante. La siguiente vez, Anne no aparece. Y frente a esa falta, nuestro nuevo analista , buscando el teléfono de su visitante (tampoco sabe su apellido) , se dirige a lo del Dr. Monnier para hacerse de ese número. Y en un enredo, William Faber (ese es su nombre) termina sentado frente al Dr. quien lo toma a él como una suerte de “nuevo paciente”. William le cuenta la situación y el psicoanalista “oficial” no le da el teléfono de esa mujer que nunca acudió a su cita. No importa. William lo consigue de todas formas. Y así se comienza a desarrollar una relación a base de encuentros y desencuentros, en los cuales, cada vez se va sabiendo mas la verdad , esa impostura que lo habitaba a William; de todas formas eso no impide que ella lo siga sosteniendo (con reveses sin duda) en ese lugar de un cierto vacío, silencio, que le permite hablar acerca de sus displaceres matrimoniales.

Faber y Monnier pasarán a encontrarse ocasionalmente cuando Faber necesita hablar con otro, un analista a quien le supone un saber, acerca de cómo están marchando las cosas con su “analizante” Anne. El Dr. Monnier encarna en momentos a una caricatura de un analista, algo médico, algo lacaniano, algo freudiano. Cada vez que le dice un diagnóstico de ella o de él, la embarra, o sea, se personifica demasiado en la figura de un analista que sabe. Por otro lado, cada vez que le acepta y recibe la angustia de Faber ( bien cobrada) Faber sale algo cambiado y eso, se transmite a y en Anne. Se trata de un cierto mostrar y disimular, pero ¿qué? Ella ha encontrado efectivamente un oído atento, y no queda muy claro a quien le resolverá el problema, si a él o a ella. Se trata entonces de una experiencia en la cual algo puede ser transmitido del psicoanálisis.

Dejemos por el momento a la película girar en su rollo , así nos damos un tiempo para enfocar algo referido a la producción de analista. Simplemente avisamos que las peripecias de esa relación tomará un rumbo muy particular, ambiguo, equívoco si se quiere. El final es un final abierto. La aceptación de una suposición por parte de alguien no es una novedad. El caso de Martin Guerre a mediados del siglo XVI, o el de Quinn , personaje de la novela “La ciudad de cristal” de Paul Auster, dan prueba de la fragilidad y las consecuencias que produce el no estar estructuralmente en condiciones de mantener esa suposición o los efectos de no haber podido desprenderse de la suposición que lo creó. En la película referida, William, nos ofrece otra alternativa. A William en carácter de impuestor (es decir, un profesional en el manejo de los impuestos) no le solucionó nada declararle a Anne la verdad, es decir el carácter de impostura que sostenía esos encuentros. Ella, luego de un cierto tiempo y a partir de ciertos acontecimientos, lo vuelve a colocar en el lugar esperado, y él, advertido de lo insensato de recusar la transferencia generada, se conduce , con sus altos y bajos, a la altura de su nueva función. Se ha dejado tomar por ese alguien que alberga la definición misma del signo, es decir, “un signo es lo que representa algo para alguien”. Lo curioso es que sea bajo este signo que se acomode mejor la función del sujeto supuesto saber, en la medida que ese “alguien, de ninguna parte” sucedáneo de Dios en este caso, Lacan lo hace pasar como la condición para que el significante encuentre su lugar .Un lugar no transparente de entrada, pero que ahora, ante la “autoridad” que emana de la suposición, podrá fomentar el equívoco, el malentendido cosa diametralmente alejada de cualquier clínico que no se deja engañar. Y aquí radica la singular apreciación que hace el film. En la medida que Anne avanza en la dirección de su fantasía (correctamente traducida tanto por William como por los subtituladores ) en desenredar el nudo metiendo las manos en él. Por su parte, William, confundiendo a veces la textualidad de Anne con la realidad,- incluso el marido de ella lo acosa- generándose una superposición de dos niveles distintos de un triángulo. “Usted dice todo, pero yo no puedo soportarlo todo” declara William , es una frase que desnuda la fragilidad del soporte transferencial frente a exposición mas cruda de su fantasía corporizada.

La partida de Anne de ese análisis tan sui generis conduce al final. Es que a partir de ese encuentro prolongado durante un tiempo, necesario para que se produzca la separación del significante de un “sí mismo” , con lo cual pasaría a ser dos, se hace doble, tomando un movimiento que lleva al sujeto a otro lugar.

El inestable equilibrio de la transferencia se habrá desplegado, con sus peripecias, en la medida en que el encuentro azaroso en este caso, se produjo a través de la puerta de la equivocación. El significante no alcanza para garantizar esta práctica tan sutil, ni el famoso “dispositivo analítico”. Estos íntimos desconocidos que se enredaron a partir de la suposición, valen como ejemplos de una producción de analista , más bien algo irresponsables, poco libres de decisión, al costado mismo de un agente profesional autorizado por un tercero. Por último, la partícula “trans” que emparienta a la transmisión y a la transferencia no debería ser desestimada. Übertragung la localiza en la lengua de Freud, la cual acarrea en sí el “producir”, el “gastar” , una forma de pasaje marcado por el signo del sujeto supuesto saber. Sin él, no hay transferencia: con él ¿análisis interminable? Estamos en el punto más problemático. Las peculiaridades de los pasajes que conducen al fin del análisis son radicalmente impredecibles. ¿Saldrá el analizante por la misma puerta que entró o se tratará de abrir otra puerta , de la misma especie que la primera, pero que vira en otra dirección, en otro sentido, en una renominación?