Textos, escritos y comentarios

Tetxos, escritos y comentarios pretende poner a disposición del público, una serie de artículos de psicoanálisis, pequeños escritos, comentarios políticos. Algunos ya han sido previamente publicados (en ese caso el artículo en cuestión tendrá un formato ad hoc), otros no encontraron su pasaje al público, y otros fueron divulgados entre algunos lectores y amigos. Aliento a que si alguno de los textos encuentra un lector interesado en dialogar con él ,lo haga sin reservas.

lunes, julio 13, 2020

INMOVILIDAD SOCIAL Y TERROR

EL CAMPO DE DETENCIÓN
Inmovilidad social y terror.


Fue por medio de una serie emitida en EEUU el año pasado con el nombre  de “The Terror”, en su segunda temporada “Infamia” (Amazon Prime), que llegué a enterarme de la existencia durante la segunda guerra mundial, de campos de detención forzada de ciudadanos japoneses y norteamericanos de origen japonés en territorio estadounidense. 

A raíz del ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941,  el presidente Roosevelt  emitió la ordenanza  9066 del  19 de febrero de 1942, que  habilitaba a que el gobierno dispusiera de la detención de miles de ciudadanos, tanto norteamericanos de ascendiente japonés o japoneses nativos inmigrados. Eso se produjo mayoritariamente sobre las poblaciones de dichos residentes que  poblaban California y Arizona. 

De una manera compulsiva, hicieron redadas en numerosos pueblos y ciudades californianas, llevando a familias enteras a vivir en barracas localizadas en campos especialmente habilitados. Esas detenciones  se produjeron durante  1942  y concluyeron al finalizar la guerra en 1945, donde  de a poco fueron liberados y retornaron a lo que quedaba de sus hogares. 

El número total de detenidos se calcula en algo así como 120.000 personas. 

Las condiciones de vida de ellos en los campos  aunque no era comparable con ninguna experiencia concentracionaria nazi en Europa, adolecía de una severa vigilancia y prohibición absoluta de salir de esos recintos. 

El argumento que esgrimía el gobierno en ese entonces, era que cualquier habitante de EEUU que tuviese sangre japonesa, podía ser fácilmente convencida por el impero nipón para funcionar como espías a favor de Japón. Además, no pretendían con estas detenciones, extraer información, saber acerca de los planes de una invasión japonesa a EEUU. Estos ciudadanos eran peligrosos, no por lo que sabían, sino por lo que los norteamericanos no sabían acerca de ellos. 

Otro detalle es que en esos años, el ejército norteamericano, reclutó cientos de jóvenes de esos campos para que  fueran al frente a defender al país, e incluso, los mas ilustrados,  eran reclutados para  ejercer la tarea de traductor de los correos japoneses, de los mensajes cifrados, de una escritura que le era totalmente ajena a la lengua americana. Estaban los EEUU peleando contra un enemigo del cual sabían muy poco de sus costumbres, sus rituales, sus leyendas y su lenguaje. Esa era a fin de cuentas una buena razón, decían ellos, para  aislar a esa población, como si estuvieran enfermos, en cuarentena, para separarla de la población norteamericana “sana”.  El estado estaba habilitado para ello argumentando un estado de emergencia lo cual le permitía ejercer conductas de terror y secuestro. Por la defensa de la población norteamericana de un supuesto colaboracionismo, se procedió, por el bien del país, separar y encapsular la vida de miles de ciudadanos que portaban la marca de la “Sangre japonesa”.  

Una vez que concluyó la guerra, y habiendo arrojado  las dos bombas atómicas sobre Japón, donde murieron cerca de 120.000 personas (asombrosa coincidencia de número), en medio del jolgorio y fiesta que resultó para muchos habitantes de los EEUU dicho ataque mortífero, la liberación de los prisioneros norteamericanos/japoneses, se cumplió con una minúscula indeminización. 

La serie en cuestión se construyó al juntar esta experiencia histórica muy poco conocida para los estadounidenses, con una historia de terror en la cual una madre japonesa que ha perdido a sus dos hijos gemelos y que ha muerto, vuelve de entre los muertos para acosar el alma de los sobrevivientes, uno de los cuales es uno de sus hijos vivo en un campo, para conseguir recuperar y volverse a juntar ella con el otro hijo muerto. La persecución es la trama de terror que se superpone a la otra, la de la reclusión y separación de toda esa población. 

Una de las preguntas que surgen de lo anterior es si un estado, así como puede ejercer el terror, en el sentido de ser agente de él, puede resultar ser objeto del terror y actuar en consecuencia de manera coercitiva y preventiva. 

Un nuevo elemento extraño, extranjero, esta vez  un agente viral, que no es ni un sujeto ni un objeto, que tiene una  capacidad de acción biológica  de ocupación territorial de las células humanas, tomó posesión del planeta. El llamado  “Covid- 19” de alta contagiabilidad y que puede llegar a acelerar la muerte de un 6% de la población, ha causado que el estado argentino encuentre necesario crear una fuerte y prolongada cuarentena y encierro poblacional, para tratar de evitar que el número posible de afectados inunde literalmente el sistema de salud publico y privado, desalojando de esa manera a otros enfermos, y se imagine lo que se ha dado a llamar un “colapso sanitario”. 

Hoy, a 9 de julio, el país o al menos su capital y grandes ciudades, están no solamente acosadas por un virus que, aunque no es inmediatamente mortal, es fuertemente rebelde a extinguirse, mientras no haya vacuna (que puede que nunca la haya), sino sobre todo acosado por la miseria endémica que rodea a las ciudades capitales. Como si la  miseria  hoy se hubiese tomado la venganza,  al ser incontrolable el virus en comunidades atestadas de personas, y más cuando los gobiernos  creen y proclaman que saben como controlar el contagio. 

Obviamente que el sistema de salud argentino adolece de fallas, fragilidades estructurales, falta de inversión, desidia a la hora de cumplir los acuerdos sanitarios, mala administración financiera de sus fondos en complicidad con cada uno de los gobiernos de turno. 


¿No estaremos copiando ese modo de accionar, que estigmatiza a los que se les detecta el Covid (no tanto pero muy próximo a la condena social al HIV en su tiempo, donde la sexualidad y las apetencias de droga eran su presunta causa, llegando a volver a aplicar la archiconocida frase “algo habrá hecho”) un modelo de encierro frente lo que no se sabe  y que aterroriza? ¿Cómo se sale de esta situación, sin antecedentes?